En estos días de relativo calorcito que nos regala Buenos Aires, me volvieron las ganas de ir a la plaza. En cualquier momento de la semana, a cualquier hora. Como cuando uno anda tentado de comer papas fritas y la idea anda tentada de volverse fija.
Una noche encontré un hueco de ausentes responsabilidades y me fui derechito hacia una a la que llego caminando. Me senté un rato, me fumé un pucho y me pensé algunas cosas. Estaba de lo más contenta, hasta que apareció el rompeburbujas: el "guardián de la plaza", que con uniforme y llave en mano, me anunció que "ya estaban cerrando". WTF%&@???
Sí, desde que a uno que conocemos todos se le ocurrió enrejar los espacios verdes, las plazas tienen una hora de cierre. No era la primera vez que me encontraba en esa situación, pero me agarró de sorpresa, así que me fui refunfuñando por lo bajo, como cuando cortaban la música en un boliche y había que salir al amanecer de un domingo. Sólo que eso no me pasa hace muchísimos años, más de los que me gustaría admitir.
Volví pensando en que en estos días de relativo calorcito que nos regala Buenos Aires, hay cosas que me vienen por adelantado y en pequeñas dosis: la primavera, y la vejez.
2 comentarios:
Si por lo menos antes de cerrar pusieran lentos...
jajajajaja. sos un genio.
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