Mi madre anti porno

Un grandote y rotundo NO en mayúsculas (como para darle más dramatismo al asunto) ha sido y será siempre la respuesta de mi madre ante el pedido de una mascota en casa.

Perro NO porque hace mucho quilombo y hay que ocuparse mucho.
Entonces un gato, que se cuida solo, pero NO, porque te arruina los muebles y son traicioneros. (¿?)
Bueno, un pajarito que es fiel porque está encerrado... obviamente NO porque te rompe las pelotas con el cantito.
Un pez bien silencioso NO porque un ser vivo no debería ser un adorno y cuando se mueren es un asco porque flotan.
Una tortuga que tarde cien años en morirse NO porque para qué la querés si no te responden y casi no se mueven.
Un hamster que se mueve mucho corriendo en una ruedita NO porque es un rata ay que impresión.
Mmmm, daaaale, un perro.
NO.

Convengamos que esta ronda de argumentos se repitió una y otra vez a lo largo de los años, a ver si alguna vez ganaba por cansancio, pero claro... NO. 

Esta actitud anti mascota de mi madre le trajo consecuencias a mi pobre persona (como prácticamente todas las actitudes de mi madre), pero cuando ya las creía superadas, una nueva repercusión salió a la luz para fastidiarme un poco más.

Resulta que si una persona se convirtiera en travesti, actor o actriz porno, su nombre artístico debería estar compuesto en primer lugar por el nombre de su mascota de la infancia y en segundo por el de la calle en la que vivía en ese momento.
Va de nuevo, primer nombre, la mascota... apellido, la calle.
No se quién impuso la regla, pero es bastante ingeniosa y da como resultado combinaciones dignas del triple X en la mayoría de los casos.
Dado que hace varios renglones ya descubrieron cómo se llama su propio alter ego erótico, debo decir que vuelvo a quedarme afuera de la joda.
Sí mami, gracias a vos NO tengo mi puto nombre porno.