Es sabido, la mayoría de las personas cuando entran a un baño ajeno por primera vez (o hasta por décima en algunos casos) intenta obtener la mayor cantidad de información del dueño de casa, en un tiempo prudencial como para estar haciendo pis.
Así es como abrimos botiquines, puertas, puertitas, cajones, cajitas y tachos de basura. Encontramos maquillajes, remedios, toallas limpias, papel higiénico, apósitos femeninos, cremas, cremitas, peines, secadores de pelo, y lo más importante... eso que está perfectamente escondido y protegido de la mirada desconocida.
Nos fijamos en las marcas, la organización y el órden. Contabilizamos cepillos de dientes y juzgamos su desgaste; olemos perfumes y shampooes; probamos lociones; miramos la alfombrita, si hay pelos, sarro o suciedad en la bañera; el color de las toallas y su tamaño; si hay revistas o qué tan iluminado está el espejo.
Sacamos conclusiones, evaluamos científicamente, siempre aprendemos algo nuevo del anfitrión. Nos convertimos en sociólogos, antropólogos, y psicólogos de toilette.
De paso queda tiempo para corregirnos el peinado y salir radiantes libres de culpa y cargo.
Creo que si yo fuera un gato moriría corriendo la cortina de alguna ducha.
¿Quién da más?
3 comentarios:
Yo, en cambio, sostengo que -al igualdad de como sucede con las salchichas y la justicia- es preferible no conocer los detalles escabrosos. Así que prefiero la ignorancia antes de dolorosas verdades sanitarias.
su hubiera sabido que eras así,
no se si te habría dejado entrar a mi baño.
no soy la única, asi que ahora podes limpiar tu baño. :P
todos tenemos miserias, por lo menos yo las hago públicas.
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